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Aprender de los bonobos. Un propósito excelente para arrancar 2024

 

Es tradición comenzar el año con una lista de buenos propósitos. Para 2024 os invito a añadir en un lugar destacado de la lista aprender de unos parientes cercanos que son una fuente de inspiración: ¡los bonobos! 
Cada año, al acercarse la nochevieja, es costumbre hacer un repaso de los hechos más destacados de los últimos 12 meses a modo de termómetro de la situación. Antonio Turiel publicó en su blog el 28 de diciembre un resumen excelente, y también muy triste. Pese a la fecha de publicación no se trata de ninguna broma macabra sino de una descripción certera y honesta de la gravedad del momento que atravesamos.
De todos los puntos que va desgranando en el resumen el que personalmente más me impacta es el que nos recuerda que hay 17 conflictos armados en curso, muchos de ellos olvidados, a los que se suma la masacre de un pueblo retransmitida en directo. La mezcla de degradación moral e insensibilidad que hace posible que iluminemos las ciudades de colores, nos atiborremos de dulces, y compremos todo tipo de idioteces de manera compulsiva mientras nos van llegando imágenes de niños que barren con sus manos la harina caída al suelo de la calle para que sus madres puedan hacer pan, niños que lloran la pérdida de sus hermanos, niños que han sido mutilados, niños brutalmente asesinados... es una señal de que el infierno se ha instalado entre nosotros. El lado oscuro del ser humano cabalga enloquecido por el planeta, dejando tras de sí un reguero de sangre. 
La buena noticia a la que debemos agarrarnos es recordar que, junto a ese lado oscuro, hay uno luminoso que tal vez por ser de naturaleza más discreta suele quedar eclipsado. Es este lado luminoso el que debemos tratar de fortalecer al arrancar el año con la lista de buenos propósitos, dispuestos a plantar cara al mal en una difícil batalla. Y es que el mal sabe cómo tentar al enemigo, siendo incluso capaz de cambiarlo de bando sin que este lo note. Es lo que sucede cuando sucumbimos a la violencia al pretender sofocarla con más violencia, o cuando nos dejamos llevar por el ego y la autocomplacencia creyéndonos "poseedores de la verdad" y hasta "salvadores del planeta".
No necesitamos líderes, sino gente corriente como nosotros dispuesta a cambiar las cosas. La revolución que necesitamos se forja con la suma de nuestras actitudes cotidianas cuando estas son conducidas por nuestro lado luminoso, e impulsadas por la fuerza de un optimismo que nunca hay que perder. Por insignificante que pueda parecer no hay gesto que no sea importante si va iluminado por la actitud correcta; todos contribuyen a permear e ir contagiando una nueva forma de ver y de estar en el mundo que, al escalar de nivel, se convertirá en el catalizador que necesita el cambio. 
Desafortunadamente la magnitud del dolor que asola el planeta es tal, que es lógico que nos preguntemos hasta qué punto es una pura utopía creer en un futuro dónde los seres vivos disfrutaremos en plenitud de la libertad (de la de verdad, no la de las cañas a 3 euros); un futuro donde el egoísmo, la traición, la envidia, la ambición material desmedida… sean fantasmas del pasado; un futuro donde se hayan erradicado la violencia y el sufrimiento. 
¿Acaso el amor tan sólo era un sueño, una utopía? 


Pensar que pueda existir una sociedad de seres vivos que disfruten de su libertad en armonía, que hayan desterrado las guerras y la violencia, que jueguen durante toda su vida, que convivan en equilibrio a través de normas sociales que inciden en potenciar los aspectos emocionales positivos también parece utópico, pero lo cierto es que no lo es. Existe. Se encuentra en el corazón de la República Democrática del Congo y sus individuos resultan ser unos simpáticos primos con los que compartimos el 98% del ADN: los bonobos. Aprender de ellos es una fuente de inspiración, optimismo y ganas de sonreír a la vida, algo que nos hace mucha falta a estos otros primates que andamos tan perdidos en nuestra supuesta "sapiencia"...
Los bonobos han hecho las delicias de los primatólogos desde que comenzaron a estudiarlos en profundidad a mitad del siglo pasado, conforme iban descifrando uno de los comportamientos sociales más fascinantes del reino animal. Y es que los bonobos tienen el honor de haber hecho realidad el famoso eslogan hippy de los 60s "haz el amor y no la guerra", un lema que entre los sapiens no ha pasado de ser una declaración de buena voluntad, criticada de "buenismo utópico" por amplísimos sectores de nuestra “avanzada” sociedad del siglo XXI.
Estos encantadores parientes son muy dados a colaborar entre sí con su carácter marcadamente prosocial, incluso en tareas tan delicadas como la crianza. Y también les gusta compartir. Hay un famoso experimento en el que ponen a dos bonobos jóvenes en dos recintos contiguos y a uno de ellos le dan una bolsa de golosinas. El que recibe la bolsa se precipita a abrir la puerta que separa los dos recintos para que entre el compañero, y sólo entonces se come las golosinas pues compartidas con un colega se disfrutan mucho más.  
Es muy raro que los bonobos peleen entre sí, ni dentro del grupo ni con grupos vecinos, y cuando lo hacen tienen una estrategia bastante peculiar, pero efectiva, para apaciguar el ambiente y que la cosa no se desmadre: el sexo. De hecho, hasta la fecha no se ha reportado ningún caso de un bonobo que haya matado a otro bonobo ni en libertad, ni en cautividad. 
Para lo bonobos el sexo es algo inocente, natural y muy divertido,  además de una poderosa herramienta para el control social. Utilizan el sexo para mantener la armonía, para ser felices, y para no pelearse, pues les ayuda a disipar tensión emocional evitando los conflictos. Una de estas situaciones ocurre cuando encuentran un árbol con frutas apetecibles. En lugar de encaramarse a sus ramas sin más prolegómenos, corriendo el riesgo de pelear por quién se queda con las mejores piezas, mantienen durante unos minutos una  alegre orgia para descargar adrenalina antes de proceder a recoger la fruta, ya mucho más relajados.
Es interesante señalar que para los bonobos el sexo es siempre una actividad consentida. Una de las raras ocasiones en las que se observa bronca entre ellos ocurre cuando un macho se pone excesivamente pesado con una hembra joven que no tiene gana de juerga, y no sabe cómo quitárselo de encima; el resto de las hembras no dudan en poner en su sitio al pesado de inmediato. Mientras los sesudos sapiens discutimos acaloradamente sobre si "sí es sí", máxima de una profundidad filosófica aparentemente inescrutable, a los promiscuos bonobos les resulta algo cristalino.
Los chimpancés y los bonobos son extraordinariamente parecidos entre sí genética, morfológica, y emocionalmente. Sin embargo, han desarrollado culturas sociales muy diferentes. Al jerárquico patriarcado de los chimpancés, mucho más peleones y pendencieros, se contrapone el flexible y pacífico matriarcado bonobo. Esto es algo de enorme interés sobre lo que deberíamos reflexionar pues nos muestra que, sobre una misma base, pueden cimentarse estructuras sociales y modelos de comportamiento ortogonales. Las diferencias entre las culturas de los chimpancés y de los bonobos pueden entenderse sin más que recordar que la forma en la que cada individuo percibe al resto le predispone ante ellos, siendo esta visión del otro lo que va haciendo madurar la cultura común. A su vez, la cultura se encarga de retroalimentar esas percepciones a través de las costumbres que van arraigando, fortaleciendo las estructuras y normas sociales que acabarán por consolidarse. 
Los chimpancés, quizás por la mayor dureza del entorno y la presencia de otras especies con las que rivalizan por los recursos como los gorilas, ven al otro como un competidor, alguien que puede quedarse con aquello que necesita para su supervivencia. Esa percepción puede ser la que motive que los machos sean los que dominen al ser los individuos más fuertes, así como a organizarse en rígidas jerarquías de tipo militar con órdenes que fluyen de arriba abajo, en las que se potencia la habilidad para establecer alianzas de guerra y de defensa. No obstante, esta armadura guerrera no esconde un trasfondo empático y altamente emocional que dejan aflorar a través de una multitud de detalles. Por ejemplo, entre las habilidades que hacen ganar muchos puntos a los aspirantes a alfa destacan la capacidad para reconciliar cuando hay una pelea o la de proporcionar consuelo al que se siente mal. 
Para los bonobos, que viven confinados en la orilla izquierda del río Congo sin competidores y sin problemas de disponibilidad de recursos, el otro es percibido como alguien capaz de proporcionar sensaciones placenteras ya sea a través del juego, del sexo o de la simple compañía. El otro no es un competidor en potencia, sino un colaborador, y en aquellas situaciones en las que la competitividad podría hacer acto de presencia emplean sus tácticas de control emocional para evitar que se desaten comportamientos agresivos que podrían enturbiar sus apreciadas relaciones.  
En palabras de Frans de Waal, uno de los mejores primatólogos del mundo además de prolífico escritor, cuyos libros recomiendo encarecidamente, “Los chimpancés resuelven los problemas de sexo mediante poder. Los bonobos resuelven los problemas de poder mediante sexo”.
Resulta evidente que la cultura sapiens actual es mucho más parecida a la chimpancé que a la bonobo. De hecho, y según se mire, los chimpancés parecen monjitas de la caridad comparados con nosotros. Pero la base es la misma. Las tres especies de primates somos extraordinariamente parecidas, y compartimos un 98% del código genético. La mayor diferencia que tenemos los sapiens con nuestros primos es disponer de un cerebro mucho más desarrollado, un cerebro que nos debería dotar de la inteligencia suficiente para permitirnos administrar los recursos de tal forma que su disponibilidad no supusiese problema alguno para la supervivencia. 
Estudiar el comportamiento de los bonobos y sus diferencias culturales con los chimpancés nos enseña una clave para cambiar nuestro despiadado modelo social actual: cambiar la forma en la que nos percibimos los unos a los otros. Si de verdad queremos hacer realidad ese mundo que hoy por hoy parece una utopía irrealizable debemos ser capaces de sustituir competencia por colaboración, egoísmo por empatía. Y dejar de ser "tu y yo" para convertirnos en "nosotros".

Termino este post animándoos a visitar dos sitios web para comenzar el año con una sonrisa:
Lola ya bonobo.  El único santuario de bonobos del mundo, en lucha por evitar que los bonobos se extingan. Estos maravillosos primos están en extinción por nuestra culpa, como ocurre con tantísimas otras especies en el planeta. Las fotos de este post las he tomado prestadas de esta web. 
La fundación chimpatía Rainfer. Dedicada al rescate, rehabilitación y cuidado de primates en España provenientes de incautaciones al tráfico ilegal, explotación en espectáculos (circos, publicidad y fotografía), abandono y malos tratos.

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